“El tejido crea magia en el alma” Ana María Montoya
30 julio 2021
Quizás lo único transversal en la historia de las civilizaciones es la mujer que teje. Desde la prehistoria, entre el año 35.000 y 10.000 antes de Cristo, donde el hombre tuvo que aprender a coser las pieles de los animales para resguardarse del frío, hasta Persia, Mesopotamia y el Imperio Egipcio, las mujeres y su habilidad para crear definieron el destino del mundo. La mujer tejedora, que con sus manos protegía a los suyos, logró, gracias a sus manos gráciles y pacientes, ser también y por primera vez el sustento de su familia y así aportar a la subsistencia de la casa. Las telas como el lino y la seda sirvieron como moneda de cambio entre los imperios de aquellas milenarias comunidades, que se conocían unas a otras después de emprender largos viajes en medio de los insondables océanos y las vastas montañas. Y así, mientras los hombres iban a la guerra, quizás para nunca volver, las mujeres se dedicaban por horas a coser, a ver pasar el tiempo, a buscar nuevas técnicas donde el tejido fuera su herencia para la historia del mundo.
En las comunidades indígenas de América, la mujer tejedora tenía un estatus superior en la comunidad, pues a través de sus obras podía contar la historia del clan, incluso antes de la invención de la escritura. Las técnicas del tejido se enseñaban de generación en generación, y así, las hijas y las nietas guardaban en sus manos secretos milenarios que incluso hoy, en un mundo donde ya es posible viajar más allá de los límites del espacio, las mujeres que tejen persisten en el tiempo como un tesoro invaluable.
En la casa de Ana María Montoya, su abuela Ana de Jesús le enseñó a nunca darse por vencida. Casada con un hombre mayor, tuvo que ingeniárselas para sacar adelante a sus 11 hijos. En los recuerdos de esta joven paisa están los costureros en la casa de su abuela (que también fue su casa por muchos años) y así, entre pedazos de tela, hilos, agujas, comida y muchas historias, aprendió la importancia de la labor de las mujeres mayores que la rodeaban y que se dedicaban horas y horas al arte de tejer. Siendo una niña, también le gustaba la pintura y el arte, pero el tejer era una actividad conectada con su vida. “El tejido crea magia en el alma”, dice Ana María, rememorando su infancia.
Y como no pudo ser de otra manera, Ana María escogió una carrera en donde sus manos serían las protagonistas: la arquitectura. Estudiar esta carrera la llevaría a encontrar nuevos caminos, pues, en medio de los planos y cálculos y estructuras, sus profesores de la Universidad Pontificia Bolivariana la llevaron a los barrios periféricos de la ciudad para conocer nuevas realidades y formas de construcción urbana que la impactaron desde entonces y que hoy hacen parte fundamental de su vida y de los proyectos que más tocan su corazón.
La vida en casa transcurría con normalidad, hasta que un desafortunado hecho lo cambió todo. Como lamentablemente ocurre en muchas familias colombianas, su mamá, Marta, fue despedida de su trabajo. Este momento la impactó profundamente, llevándola a sufrir una larga depresión. Con los años, llegó a su vida la oportunidad de aprender las técnicas de tejido wayuu, lo que la ayudó a dispersarse y a pensar en nuevos caminos para ella, su esposo y su hija. “Desde ahí nunca lo solté”, cuenta Marta desde su apartamento en Medellín, donde se ha consolidado como una gran maestra en el arte de la costura y el tejido artesanal en la ciudad. “El tejido llegó a mí para cambiarme la vida; mi ansiedad poco a poco fue desapareciendo, por lo que adquirió en mi vida un significado de tranquilidad, meditación y mucho amor propio. Nunca me imaginé que me iba a dedicar a esta grandiosa actividad toda la vida, pues esto inició siendo un hobbie para mí. Así se lo enseñé a mi hija, quien se quedó sorprendida por mi capacidad y paciencia para enseñar”.
Ana María empezó, ya como profesional, a trabajar como arquitecta y coordinadora de proyectos en la Universidad Nacional. A pesar de que su vida profesional iba en ascenso y se sentía feliz en su trabajo, sentía que en su vida faltaba algo. Cuando llegó la pandemia, Ana María le dijo a su mamá que quería empezar a tejer para crear su propio emprendimiento de costura y manualidades y así trascender el tejido como medio de vida para ellas mismas y para otras mujeres que quisieran aprender a tejer y así empoderarse de sus vidas. “Le dije a mi mamá que, si a ella el tejido le había ayudado a sanar, a muchas mujeres les podría pasar lo mismo”. En ese momento, ya Marta se había dedicado de tiempo completo al tejido. Y así, en abril del 2020, nació Martina a Mano, un emprendimiento que conjuga todas las pasiones de madre e hija, que las une en un propósito común y les abre caminos para conocer y aportar desde su conocimiento a otras mujeres que ven en el arte manual un medio para mejorar su salud mental y su economía.
“Le apostamos a tres públicos fundamentales: las mujeres vulnerables, las mujeres que quieren aprender a tejer y las personas que quieran comprar nuestros productos”, dice Ana María, convencida. “Queremos que con nuestro emprendimiento mejore la salud de las mujeres y sus medios económicos”.
Martina a Mano es un emprendimiento 100% colombiano que vende productos tejidos a mano e imparte clases personalizadas de croché y macramé a muchas mujeres a lo largo y ancho de la ciudad. Mientras Marta se dedica de tiempo completo a la enseñanza del arte de tejer, Ana María se dedica al mercadeo de la empresa y la búsqueda de nuevos horizontes para la empresa “Cuando inició la pandemia, nos enfocamos por un lado en potencializar los productos, pues veíamos mucha afinidad de la gente por comprar productos hechos a mano – cuenta Marta -. Le dimos muchísima fuerza a las clases, pues sabíamos que con esto íbamos a impactar positivamente la vida de personas que estaban pasando situaciones emocionales difíciles. Nos enfocamos principalmente en dos tipos de tejido: el croché con trapillo es un material reciclado que proviene de los desechos de las fábricas textiles, activando así el ciclo de reúso de materiales reciclables y el macramé, es un cordón de algodón que se teje con los dedos a diferencia de muchos otros tejidos que se tejen con aguja”.
Gracias a las manos de Marta y de su habilidad para enseñar, cientos de mujeres jóvenes y adultas de la ciudad cogieron hilo y aguja por primera vez en sus vidas, y así, primero a través de la tecnología y luego desde la presencialidad en el amplio balcón de su casa, sus más devotas alumnas tejieron cojines, tapetes, bolsos, accesorios, telares, individuales de cocina, ropa de cama y muchas más obras de arte que llenaron el corazón de estas mujeres ávidas de aprender y distraer su mente con un nuevo y provechoso pasatiempo. “Queremos que las personas compren productos con sentido, pues no solo están hechos con material reciclado que ayuda al planeta, sino que están aportando a las personas más vulnerables de la sociedad” agrega Ana María.
En un solo año, las clases de Marta y los productos a la venta fabricados por Martina a Mano tienen más de 5 mil seguidores en Instagram, y sus productos son enviados a otras ciudades del país y el mundo a través de los canales digitales con los que cuenta la empresa. Pero a esta historia todavía le falta tela por cortar.
Con el paso de los meses, Ana María y Marta no sólo logran consolidar su emprendimiento, sino que alcanzan, a través de la enorme paciencia y capacidad de enseñar de Marta, posicionar las clases de manualidades como un medio para obtener los recursos necesarios que les ayudarían a dar el siguiente paso, quizás el más importante y el eje focal de su emprendimiento: la vinculación de mujeres víctimas del conflicto armado de la ciudad a su empresa. Mujeres tejedoras que, como ellas, también tienen mucho que aprender. Y que enseñar.
Fue gracias a Emprender Mujer, un programa creado por Grupo Argos, Bancolombia, Impact Hub Medellín, Proantioquia y la Fundación Siemens, que Ana María logró, después de que Martina a Mano alcanzó a ser uno de los 50 emprendimientos escogidos para fortalecer sus procesos internos a través de mentorías dictadas por otras mujeres adscritas a estas empresas, el puente que necesitaban para cumplir otro de sus sueños: conectarse con las comunidades que había querido conocer a fondo en sus años universitarios, ayudarles y enseñarles desde el tejido una nueva forma de vivir y de conectarse desde el alma con un arte que puede cambiarles la vida.
“En uno de los encuentros que hemos tenido con los mentores de Emprender Mujer nos hicieron énfasis en que debíamos reforzar la reputación de nuestra marca para tener un camino más despejado a la hora de ayudar a otros” – cuenta Ana María – “con una empresa más sólida, tenemos más credibilidad a la hora de llegar a las comunidades más vulnerables”.
Así, en junio de este año, Ana María, Marta y Martina a Mano llegaron hasta la vereda La Loma, en la Comuna 13 de Medellín, y se encontraron con dos grupos de mujeres tejedoras, Tejiendo Vidas San Gabriel y Emprendedoras Cañón, liderados por mujeres desplazadas y víctimas de varios hechos violentos como homicidios, extorsión y hostigamientos. Para estas mujeres, que están entre los 50 y 65 años, tejer es una nueva forma de empoderarse, conocer otros entornos y ayudar a sus familias.
“En medio de la tensión que han vivido a lo largo de sus vidas, se hace necesario que ellas hagan una conexión profunda desde el sentir y en sus procesos mentales. Los dos grupos de tejedoras han logrado sanar y empoderar la vida de estas mujeres, que ahora cuentan con mecanismos para replicar sus saberes en otros espacios” cuenta Susana Tabares, trabajadora social y líder en Casa Loma, fundación cultural sin ánimo de lucro que agrupa a 11 grupos artísticos de esa zona de la ciudad. Serán 39 mujeres las que se verán beneficiadas con este intercambio de conocimientos con Martina a Mano, para aprender no solo nuevas técnicas de tejido, sino también estrategias para vender sus productos y lograr que sus habilidades manuales tengan una remuneración económica que las beneficie a ellas y a sus familias.
“Para nosotros fue una fortuna contar con Grupo Argos para llegar a estos colectivos de mujeres. Tener ese respaldo fue definitivo para llegar a ellas, pues muchas personas de estas comunidades no creen en estas iniciativas porque piensan que solo tienen intención de hacerles perder tiempo e incluso dinero” cuenta Ana María, emocionada por este descubrimiento que les ayudará a crecer más como empresarias y, sobre todo, como mujeres.
“Trabajar con las tejedoras de La Loma es la experiencia más enriquecedora que nos ha dado Martina a Mano y el programa Emprender Mujer, porque si bien somos nosotros las maestras del tejido, nuestras alumnas se terminan convirtiendo en nuestras maestras de vida. En estos espacios se genera una conexión y empatía con el otro que difícilmente las creamos en otra parte, pues lo que estamos enseñando es una herramienta que, si es bien usada, transformará el espectro social y económica de cada aprendiz”, cuenta Marta, quien cuenta los días para la primera clase entre Martina y la Loma, que se logrará, si la fortuna está dispuesta, los primeros días de agosto. “Le agradezco a Emprender Mujer no sólo el conocimiento que nos ha brindado en sus mentorías a mi mamá y a mí, sino todo el acompañamiento para conocer a estos grupos humanos que llena de sentido a todo lo que hacemos”, comenta Ana María.
Ana María ya conoce las problemáticas que estas mujeres han tenido que atravesar en sus vidas. Sabe, por ejemplo, que muchas mujeres de esta zona de la ciudad tuvieron que ser el sustento del hogar por muchos años pues sus esposos tenían que esconderse y huir de los combos que azotaron la zona. Sabe también que algunas de sus ahora condiscípulas tuvieron una relación directa con los mercados campesinos de la ciudad gracias a las huertas que cultivaron en el jardín de sus casas, pero que por la pandemia se terminó dicha labor. Sabe que tiene la obligación de ayudarlas a contar sus historias, que necesita que aprendan a ganar dinero por todo lo que saben. Está abierta a enseñar, pero también a aprender de ellas. Quiere que el sello de Martina a Mano también tenga la huella de estas mujeres que la guerra no logró derrumbar. Que la gente las conozca, que sepan que existen, que saben y pueden crear.
“Quiero que ellas se aprovechen de todo lo que sabemos en Martina a Mano. Quiero que me den ideas sobre colores, sobre técnicas. Ya tenemos un grupo de WhatsApp y aunque sé que para ellas es limitado el uso de internet, nos hemos estado conociendo y compartiendo a través de este medio”.
Sin cobrarles ni un solo peso y llevando hasta La Loma todo lo que necesitan para aprender las técnicas de tejido que han hecho famosa a Martina hecha a Mano, Ana María también quiere que en algún momento estas mujeres trabajen mano a mano con ella. “Quiero que la gente sepa que no me está comprando a mí, le está comprando a Luz Dary, a Elvia, a todas las mujeres resilientes de La Loma”, dice esta arquitecta paisa, convencida que su alma de tejedora debe continuar enseñando un ritual milenario donde, gracias al vaivén de las manos, el tejido puede ayudarles a sanarse a sí mismas y a contar historias para la eternidad.